"El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho."

domingo, 9 de septiembre de 2012

Agua oscura [Lezama Lima]

 
I
 
La oscuridad desemboca
más allá de su morrión
borra las letras que toca
con aceite y con lazón.
La oscuridad que se invoca
roza mis labios con fuego,
su escritura salta y luego
traza un pavón auroral,
los designios del coral
y los perplejos del juego.
 
 
II
 
Agua tersa va muriendo
en los juncales del río,
el techo del caserío
se inclina y va lamiendo
los entorchados del frío.
Un fulgor y dos a dos,
tejidos como entredós,
sin estorbo y sin sonrisa,
cuando la toronja avisa
una mañana con Dios.
 
 
III
 
Prepara lo contragolpes,
el vino y los borbotones,
el fantasma y los mandobles,
mientras ascienden sillones
impulsados por redobles
que crujen en la pizarra.
El jinete se desgarra
al romperse la campana
en tropel de filigrana
y en badajo que desbarra.
 
 
IV
 
Llegan consejos, suspiros
de un andar de medianoche,
el deslizarse del coche
va soplando los vampiros
que oscurecen el derroche
de un chal y de una lumbre
que cubren la muchedumbre
de astros en sus chirimías.
Tamañas algarabías
y un cielo de podredumbre.
 
 
V
 
Al despertar el confín
media aurora y media granja,
se vislumbraba un sinfín
de un amarillo naranja
donde bailaba un delfín
la ronda de la pasión
de una nueva creación
de playa y de horizonte,
como si creciera el monte
hinchado por la canción.


VI

En el hotel se inmiscuye
el patio con algarrobo
la noche que restituye
un caracol y un lobo,
después la noche concluye
su obertura, lo que queda
en la mañana de seda
brinca como un tornasol.
Guardarropía del sol
con el plumaje de Leda.


VII

Con la vejiga nadante
digo la respiración,
recupera ya el andante,
y no suda en el balcón
sueños de un febricitante
que fulmina un comentario.
Rebrillos del lapidario
en la mañana escondido,
y así entona sumergido
el ojo del lampadario.


VIII

El brillo, el metal, aurora
que vuelve al metal hervor
una hilacha de fulgor
rota al centro por la prora,
el pañuelo, el decidor
en su mejor elegancia,
va diciendo la fragancia.
Es la función del anzuelo,
tirar un pescado al cielo,
llenar de azul la distancia.


IX

Miró al través de una reja
una luz que se bifurca,
por encima de la teja
salta, como una trifulca,
un bulto que no nos deja.
Les disparamos venablos
a los diversos retablos
con figurillas de cera,
un buen olor nos espera,
ya se fueron los mil diablos.


X

Músico sin instrumento
girasol sin rumbo al sol,
terso y plano caracol
caminando contra el viento.
Risotas para un lamento
mueve su cola al revés,
es paradoja tal vez
ver un cielo en la bombilla.
Gracias de la cochinilla
en un pezón al revés.


XI

El patio del corralón
baila tijeras inciertas,
están siempre recubiertas
de un cegato pañolón.
Así en fila, descubiertos
van pasando en extramuros
un desfile de canguros.
Como un atlas de lo informe,
la noche entera deforme
y el rezo de los Dioscuros.


XII

Existe aquí un doblaje,
el tesón del brazo duro
que recurva en el boscaje
como un carrusel maduro,
o la cinta del lenguaje
cuando procura encubrir,
más que todo desdecir
el choque de verbo y aire,
como la pluma al desgaire
hace imposible mentir.


XIII

Canoro y métrico coro
en los puntales del día,
una raya como un oro,
tortuga del mediodía
y un clarinete sonoro;
al lastimarse la quilla,
con la presión la rodilla
cubre seda al calamar,
trenzado al fondo del mar,
peluquín sobre una silla.


XIV

Alrededor de una paila,
un tridente sacamuelas
enreda las entretelas
donde un gnomo vuelve y baila
tijereteando las telas.
Sentado sobre un castaño
aparece cada año
este gnomo y este arquero
tiran sobre un minutero
que a sí mismo se hace daño.


XV

La mentira se rompió,
una parte voló al cielo
y a sí misma se entendió
forjar como un caramelo.
¡Magna interpretación
a la altura del balcón!
Dueño de este rocío
la mentira fue forrada
y ahora yace arrebolada
en los discursos del río.


XVI

Viruta de platabanda
las alas del pectoral,
en la sacristía ya anda
el espíritu del mal,
con campanillas desbanda
un tumulto desigual,
el terror ya residual,
fuera de toda condena,
sigue como un alma en pena
la más triste bacanal.


XVII

En la roca desespera,
cortada por el helecho,
allí solitario impera
la espuma de un blanco lecho
que sigue en eterna espera
de dos espaldas lunares,
llenas de anclas abisales
y quitasol de cipango.
Con pasos lentos de tango
el ciclón en los maizales.


XVIII

La voz se rompió el alcor
solitario se perdió,
fue más grande que el terror,
la espina dorsal sintió
lenta como un estertor
que en la ventana de olvido,
signos donde está perdido,
un extraño caminante
que se acercó tan gigante
y en lo blanco fue hundido.


XIX

Borrando la comprensión
de una alegre juglaría,
los intrumentos del día
tiran, rompen su acordeón
y su compás que medía
media esfera y media espira.
Ya se levanta y expira
cerca del césped fruncido
y va quedando dormido
en la noche de la pira.


XX

Un chispazo mineral
separa las dos alcobas,
como si al cubrir las ovas
se derramase la sal
burlando los rompeolas
que bifurcan ola y ala
en el centro de la sala
donde sonríe el acuario
la teoría de un planetario
que el fuego callado exhala.


XXI

El dueño de la corneta,
el infante bien nacido,
la sangre y allí fue herido
al quitarse la careta
ráfaga del sin sentido,
gritando desde el trasfondo
el último cante jondo
que en espirales se pierde.
Aviva la sangre al verde
desde el matiz hasta el fondo.


XXII

Rompiendo la donosura
y acabando con la iguana,
buscando otra hermosura
más alada y más humana,
que en el vacío murmura
del caos y de los vientos
 que borran los juramentos
que siguen astro por astro,
ya van recreando el rastro,
pegando en la cola al viento.


XXIII

Une la casa cercana
con el lejos de la ola,
el oído en caracola
reinaugura la mañana,
blanca arena en tarsa cola.
El retrato, un garabato,
polémico caricato,
se va destiñendo el sobre,
quedando en placa de cobre
el maullido de un gato.


XXIV

Viene la noche irónica
con remedos de botín,
al pasar un serpentín
se muestra aún pletórica.
La noche cae al confín
como si fuese una larva,
más escarba y más escarba.
Al penetrar con su lanza,
como una esperanza parva
al ciego de bienandanza.


Abril y 1972


 


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