Rosía blanca y azul, fina de pétalos,
clara de muslos, sombría de cabellos,
se abrió para que entrara Rhodo en ella
y un estertor o un trueno
manifestó la tierra:
el río torrencial saludaba a la luna:
dos estirpes contrarias se habían confundido.
Y de pronto el gigante de la gran cordillera
y la fragancia hija de la nieve
se sintieron desnudos y se destinaron:
eran de nuevo dos inocentes perdidos,
mordidos por la serpiente de fuego,
otra vez solos en el jardín original.
La escarcha del nuevo día se complicó en la hierba,
la nupcial platería que congeló el rocío
cubrió el inmenso lecho de Rosía terrestre,
y ella entreabrió entre sueños otra vez su delicia
para que Rhodo penetrara en ella.
Así fue procreando en la luz fría
un nuevo mundo interno
como un panal salvaje
y otra vez el origen del hombre remontó
todo el secreto río de las edades muertas
a regar y cantar y temblar y fundar
bajo la poderosa sombra blanca
de los volcanes y sus piedras magnéticas.
-La espada encendida (1969-1970)